Tras dos días en Essaouira, tocaba seguir ruta, esta vez hacia el sur atlántico. On the road, como en la novela de Kerouac siguiendo a un Dean Moriarty imaginario.
Me encantan los viajes en coche en lugares que nunca he estado, las miles de veces que puedo parpadear y cuando vuelvo la vista todo es absolutamente nuevo y deslumbrante!
Al salir de Essaouira, rapidamente la naturaleza se transforma al mismo tiempo que te aleja del océano, pequeños valles verdes que sorprenden.
Un contraste a la cal blanca y el tinte azul desgastado de las casas desvencijadas, y todo árboles de Argán, con o sin cabras encima, pero Argán.
El argán crece hasta los 8-10 metros de altura y vive unos 150-200 años. Crece en la zona comprendida entre Tiznit y Esauira. Es espinoso con el tronco rugoso. Tiene pequeñas hojas de 2-4 cm de longitud., ovales con el ápice redondeado. Las flores son pequeñas, con cinco pétalos amarillo-verdosos; florece en abril. El fruto es de 2-4 cm de longitud y 1.5-3 cm de ancho, con piel espesa y gruesa que rodea la cáscara amarga con dulce olor; ésta rodea a los frutos que contienen 2-3 semillas que son ricas en aceite. El fruto tarda un año en madurar hasta junio-julio del siguiente año.
La superficie de los bosques de Argania ha menguado en un 50 % en los últimos 100 años, debido a su utilización como combustible, el pastoreo y el cultivo intensivo. Su mejor protección para su conservación podría encontrarse en el reciente desarrollo de la producción de aceite de argán para su exportación como un producto de alto valor comercial.
En 1998, la Unesco declaró Reserva de la Biosfera Arganeraie de 2.568.780 hectáreas al sudoeste de Marruecos en las que crece el argán.
Y para mi sorpresa, la primera vaca marroquí, digna de un escritorio Microsoft, solitaria ella! pero sobrada de pasto! «Una vaca con suerte», pensé yo, al recordarla después cruzando el Atlas.
Pasamos por algunos pueblos de interior, que por estar en la ruta hacia Agadir servían de punto de encuentro para todo tipo de mercaderes y posibles clientes. En estos pueblos el ritmo siempre es frenético casi a cualquier hora del día…Siempre hay alguien ofreciendo algo que otro alguien necesita!
Y tras unos cuantos kilómetros más, bajar de nuevo hacia el Atlántico, algunos pequeños pueblos donde el barro es el rey, carreteras que se acercan a la supuesta riqueza del turismo extranjero.
Subiendo y bajando, imponente, el Atlántico de nuevo, con su absoluta e irreverente belleza natural, ahí, sin nada de por medio, ni grandes urbanizaciones ni hoteles de playa…puro, natural. Un regalo.
Y una parada necesaria para escudriñar tanta belleza, primeros cactus al borde del acantilado.
Ojos puestos en una pareja de cormoranes que reposaban al sol…y no, mi objetivo no ha dado para tanto, pero ya hice Clik en la memoria! No obstante, tratamos de captar la imagen…
Esta fué mi mejor escena, sin trípode y este exacto pulso mío…
Y después pasada fugaz por Taghazout! Dónde sabía que vivía un amigo que hacía mucho tiempo que no veía.
Al bajar del todo, Agadir, una ciudad moderna y de edificios altos y blancos, ajena al resto del país y centrada en el turismo propio y extranjero.
Agadir fue fundada por los portugueses sobre el 1500. En 1526 es invadida por los saaditas. En 1911 se da la crisis de Agadir. Entre 1912 y 1956 pertenece a Francia, pasando en 1956 la soberanía a Marruecos.
El 29 de febrero de 1960 un terremoto destruye la ciudad, que más tarde se reconstruye a 2 kilómetros al sur del epicentro.
Agadir le da nombre al caladero de pesca que hasta los primeros años de 1990 fue usado bajo convenios de pesca por los barcos pesqueros españoles de la bahía de Cádiz, recibiendo la flota de barcos de vapor del puerto de Isla Cristina (Huelva) a partir de los años 1920 por este motivo el nombre de flota de Agadir.
Encontramos el hotel, comimos y pasamos el resto de la tarde emulando a las lagartijas al sol. Al caer la tarde y con la premisa de ir en busca de una puesta de sol bajamos a la playa de Agadir, la recorrimos durante kilómetros, con la única preocupación de pisar la arena fina con suavidad.
Buscando un sur y despidiendo la luz, dejando que se pose sobre la piel…aumentando las sombras y los contrastes.
Jugando a captar los últimos rayos del día, con sonrisa incandescente.
Finalmente el viento, y el sol que se esconde en el Atlántico.
Recorrido inverso, una especie de zoo pequeño, una cena y unas cuantas partidas de billar ante la atónita mirada de la gente del hotel.
Un descanso dorado en una ciudad que debe servir para esto!
3 Comments
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Parece que el sol es más dorado por esos lares.. ^_^
Sin embargo os veo muy abrigados, temperatura??
Lu, es un sol hermoso, muy dorado y perpendicular! Hacía viento, al caer el sol, y al contrario que aquí, subía el viento! 😉