Esta entrada sólo es para presentar una de las cosas que más me impresionó en el viaje al Sur de Chile. El volcán Osorno. Uno de los pocos volcanes perfectamente cónicos que hay en este nuestro planeta.
Tiene una altura de 2652 metros y su imponente rasgo cónico, se levanta majestuoso al lado opuesto de la ciudad de Frutillar, de la cual, sólo las transparentes aguas del Lago Llanquihue lo separan.
Y desde Frutillar es dónde tomé estas fotos.
Según la mitología mapuche, un antiguo y poderoso Pillán llamado «Peripillán» (quien por ser un gran espíritu perverso, fue desterrado y lanzado a la tierra dando origen a este volcán) habita y está prisionero en el Volcán Osorno.
La Leyenda de Licarayen es la leyenda de como se formó el Lago Llanquihue, en la que tiene mucho que ver el Peripillán.
Dice así:
Cuando aún no habían llegado a estas tierras los hombres blancos, vivían alrededor de los volcanes Osorno y Calbuco, varias tribus de indígenas Huilliche.
Dentro de estas tribus, se encontraba «Licarayén», que era la más pura y linda de las jóvenes. También estaba el apuesto y valiente «toqui» llamado «Quitralpi», que desde que la vio por vez primera, quedó prendado ante la belleza y dulzura de la virgen. La felicidad reinaba en sus corazones. Ya estaba dispuesto que la próxima primavera se llevaría a cabo la ceremonia que los uniría para siempre.
Pero un antiguo Pillán llamado «Peripillán», que habitaba y estaba prisionero en el Volcán Osorno, y quién fue un gran espíritu perverso que fue desterrado y lanzado a la tierra dando origen a este volcán, tuvo envidia de Quitralpi y no pudo resistir tanto amor entre estos jóvenes; y por eso decidio interrumpir la felicidad de Licarayén y Quitralpique. La Tierra, con bruscos vaivenes, anunció la tragedia. Peripillán que demuestra su poder vomitando humo y azufre; hizo que El volcán Osorno comenzara a arrojar fuego y humo. Fue tanta la furia de este Pillán, que en las noches, esos lugares presentaban un aspecto verdaderamente pavoroso. Grandes llamaradas que salían de los cráteres iluminaban el cielo con fulgores de fuego. Las montañas vecinas parecía que ardían y las inmensas quebradas que circundaban los volcanes Osorno y el Calbuco parecían como bocas del mismo infierno.
Los Huilliche entonces se reunieron en un parlamento. Era necesario resolver en qué forma podrían aplacar el enojo de este gran Pillán. Fue así, que apareció entre ellos un Machi viejo, que nadie supo quién era ni de dónde venía, y que pidiendo permiso para hablar dijo: «Para llegar al cráter es necesario que sacrifiquéis a la virgen más hermosa de la tribu. Debéis arrancar el corazón y colocarlo en la punta del cerro Pichi Juan, tapado con una rama de canelo. Veréis entonces que vendrá un pájaro desde el cielo, se comerá el corazón y después llevará la rama de canelo y elevando el vuelo la dejará caer en el cráter del hogar de Peripillán” Así hablo el viejo sabio y, sin que nadie se diera cuenta de ello, desapareció tan misteriosamente como había llegado.
El cacique hizo entonces averiguaciones para establecer cual de las vírgenes de su tribu era la más virtuosa, y muy a pesar de sus deseos, acepto la decisión de que la más bella y virtuosa de las jóvenes, era su propia hija Licarayen.
El cacique entonces, con lágrimas comunicó a su hija que había sido elegida para salvar a la tribu de la ira de este Pillán. -No llores -le respondió ella-. Muero contenta, sabiendo que mi muerte ha de aliviar las amarguras y dolores de toda nuestra valerosa tribu. Solo pido un favor: que para matarme no uséis hachas ni vuestras lanzas. Y pidió que su lecho de muerte fuera preparado por el toqui Quitralpique, y que sólo él tocara su corazón, ya que él era el dueño desde que lo conoció.
Al día siguiente, cuando el sol empezaba a aparecer por encima de la cordillera y los pajarillos a trinar su canto matinal, un gran cortejo acompañó a Licarayén al fondo de la quebrada, donde el toqui tenía preparado un lecho con las más perfumadas flores que había encontrado en los prados y bosques. Llegó Licarayén y sin queja ni protesta alguna se tendió sobre aquel lecho de flores que había de transportar su alma a la eternidad. Los jóvenes , silenciosos y apenados, se sentaron alrededor de aquel catafalco florido y lloraron largas horas a su hermana que moría.
Cuando sus hermosos ojos se cerraron para siempre, el toqui Quitralpique acercó sus labios a la frente de la doncella, y después, haciendo un enorme esfuerzo para no estallar en llanto y gritos de dolor, le abrió el pecho, extrajo su corazón, y acogiéndolo entre sus manos como quien acuna un niño, con fervorosa unción, lo entregó al padre de la virgen.
El más fornido de los mancebos fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la cima del cerro.
Toda la tribu quedó en el valle esperando la realización del milagro. Y he aquí, que apenas el mancebo había colocado el corazón y la rama de canelo en la roca más alta del cerro Pichi Juan, apareció en el cielo un enorme cóndor que, bajando en raudo vuelo, de un bocado se engulló el corazón y agarrando la rama de canelo emprendió el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba enormes lenguas de fuego. Dio el cóndor, en vuelo espiral, tres vueltas por la cumbre del volcán y, después de una súbita bajada, dejó caer dentro del cráter la rama sagrada.
En ese mismo instante comenzó a caer sobre la tierra, blanquísima nieve que fue cubriendo el cráter, parecía que el alma pura de la virgen volvía hacia la tierra en busca del toqui Quitralpique y en ese mismo momento el toqui se arrojó sobre la punta de su lanza atravesando su rudo pecho, se partió el corazón para así unirse con su amada Licarayén.
Y llovió nieve; días, semanas, años enteros. Fue una verdadera lucha entre el fuego que subía del infierno y la nieve que caía del cielo. La nieve fundida corría formando impetuosos torrentes por las faldas del Osorno y del Calbuco y corriendo se despeñaba en los inmensos barrancos que servían de defensa a la morada de Peripillán, hasta que llenando las hondonadas profundas, las aguas quedaron al nivel de las tierras cultivadas.
Cuando los mapuches volvieron al lugar en que se había consumado el sublime sacrificio de la púdica virgen y del toqui, vieron con asombro que las flores que habían servido de lecho mortal a Licarayén, habían echado raíces y que sus ramas, entrelazándose, formaban el más hermoso palacio que jamás mente humana pudo imaginar.
Tarde admirando el volcán, con algunos de los pequeños (para los que el agua del lago estaba «buenisísima») en remojo, dejando que el viento, la arena y las leyendas Mapuches nos trasporten a una época más digna de mención. Azules rodeándonos, serenidad de agua dulce.
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